Gran Medio de la Oración, El (Perfectiva 3)
El propio San Alfonso María de Ligorio, reconoce que de todas sus obras —por cierto, magníficas—, ésta es la mayor por su imperiosa utilidad.
¿Cómo acercarnos al Padre Celestial?... A través de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Cómo acercarnos a Él?... A través de María Santísima. ¿Cómo conocer, amar a Dios y solicitarle gracias?... ¡A través de la Oración!
Ciertamente Cristo es el Mediador por excelencia entre Dios Padre y los hombres, pero ¿cómo hacer para comunicarnos a la Santísima Trinidad a través de Nuestro Redentor?...
El único camino que existe es la Oración, que es tan sencilla y natural como un coloquio elevado, íntimo y confiado del alma hacia Dios.
El Omnipotente, que no requeriría de nuestras plegarias para concedernos sus bienes, quiere que oremos, y bondadosamente nos lo manda a través de su divino Hijo: … lo que pidiereis al Padre, Él os lo dará en Mi Nombre… Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado (Jn. XVI, 23-24).
¿Qué, cuándo, por quiénes y cómo debemos pedir?... Este hermoso libro te lo dirá.
San Alfonso María de Ligorio
(1696-1787)
Patrón de confesores y moralistas, nació en Nápoles; obtuvo el doctorado en ambos derechos, recibió la Ordenación Sacerdotal e instituyó la Congregación llamada del Santísimo Redentor. Para fomentar la vida cristiana en el pueblo, se dedicó a la predicación y a la publicación de diversas obras, sobre todo de Teología Moral, materia en la que es considerado un auténtico maestro.
Era un “niño prodigio” con gran facilidad para los idiomas, ciencias, arte, música y demás disciplinas. Empezó a estudiar Leyes a los 13 años y a los 16 años presentó el examen de doctorado en Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Nápoles. A los 19 años ya era un Abogado famoso.
Según se cuenta, en su profesión como Abogado no perdió ningún caso en 8 años, hasta que un día después de su brillante defensa, un documento demostró que él había apoyado un caso de falsedad, aunque sin saberlo, pero eso cambió su vida radicalmente.
En los comienzos del siglo XVIII combatió la prédica muy florida y el rigorismo jansenista en los confesionarios. Él predicaba con sencillez. El Santo decía a sus misioneros: “Emplead un estilo sencillo, pero trabajad a fondo vuestros sermones. Un sermón sin lógica resulta disperso y falto de gusto. Un sermón pomposo no llega a la masa. Por mi parte, puedo deciros que jamás he predicado un sermón que no pudiese entender la mujer más sencilla”.
En 1730 el Obispo de Castellamare, el Monseñor Falcoia, invita a Alfonso a predicar unos Ejercicios en un convento religioso en Scala. Este hecho tuvo grandes consecuencias, porque ayudó a discernir a las Religiosas una revelación que tuvo la hermana María Celeste. El día de la Transfiguración de 1731, las religiosas vistieron el nuevo hábito y empezaron la estricta clausura y vida de penitencia. Así comienza la Congregación de las Redentoristas.
En el proceso de beatificación el P. Cajone dijo: “A mi modo de ver, su virtud característica era la Pureza de intención. Trabajaba siempre y en todo, por Dios, olvidado de sí mismo. En cierta ocasión nos dijo: “Por la Gracia de Dios, jamás he tenido que confesarme de haber obrado por pasión. Tal vez sea porque no soy capaz de ver a fondo en mi conciencia, pero, en todo caso, nunca me he descubierto ese pecado con claridad suficiente para tener que confesarlo’”. Esto es realmente admirable, teniendo en cuenta que San Alfonso era un Napolitano de temperamento apasionado y violento, que podía haber sido presa fácil de la ira, el orgullo y de la precipitación.
Sus esfuerzos por reformar la moralidad pública le trajeron numerosos enemigos que lo amenazaron de muerte. Solía decir: “Cada Obispo está obligado a velar por su propia Diócesis. Cuando los que infringen la Ley se vean en desgracia, arrojados de todas partes, sin techo y sin medios de subsistencia, entraran en razón y abandonaran su vida de pecado”.
Dios le reservaba una prueba aún más dura. Entre 1784 y 1785, el Santo atraviesa por un terrible periodo de “noche obscura del alma”, sufre tentaciones sobre su fe y sus virtudes. Se ve abrumado por sus escrúpulos, temores y alucinaciones diabólicas. Le duró 18 meses, con intervalos de luz y reposo. A esto le siguió un periodo de éxtasis, profecías y milagros.
Sus últimos 12 años de vida se dedicó a escribir, aumentando así sus obras ascéticas y teológicas. Sus más conocidos libros son: La Practica de amar a Jesucristo, la Preparación para la muerte y Las Glorias de María.
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