Secreto Admirable del Santísimo Rosario, El
San Gregorio de Nisa dice galanamente que somos pintores. Nuestra alma es la tela preparada sobre la cual debemos aplicar el pincel; las virtudes son los colores que deben poner de manifiesto su brillo; y el original que debemos copiar es Jesucristo, imagen viva que representa perfectamente al Padre Eterno.
Así, pues, como un pintor —para hacer un retrato al natural— pone ante sus ojos el original y a cada pincelada lo mira, así también el cristiano debe siempre tener ante sus ojos la vida y las virtudes de Jesucristo, para no decir, ni hacer, ni pensar nada que no sea conforme a Él.
Para ayudarnos en la importante obra de nuestra predestinación, la Santísima Virgen ordenó a Santo Domingo que expusiera a los fieles que rezan el Rosario, los misterios sagrados de la vida de Jesucristo, no sólo para que los adoren y glorifiquen, sino —y principalmente— para que regulen vida y acciones de conformidad a sus virtudes.
Ahora bien, como los niños imitan a sus padres viéndolos y conversando con ellos, y aprenden su lengua oyéndolos hablar; como un aprendiz viendo trabajar a su maestro aprende su arte, así también los fieles cofrades del Rosario, considerando seria y devotamente las virtudes de Jesucristo —en los quince misterios de su vida—, se hacen semejantes a este divino Maestro, con el auxilio de su gracia y por la intercesión de la Santísima Virgen.
La Santísima Virgen reveló un día al Beato Alano de la Roche, que después del Santo Sacrificio de la Misa —que es el primero y más vivo memorial de la Pasión de Jesucristo—, no había devoción más excelente y más meritoria que el Rosario, que es como un segundo memorial y representación de la Vida y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT
"A quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de la Virgen María".
SU VIDA
Es el fundador de los padres Montfortianos y de las Hermanas de la Sabiduría. Nació en Montfort, Francia, en 1673. Era el mayor de una familia de ocho hijos. Desde muy joven fue un gran devoto de la Santísima Virgen. A los 12 años ya la gente lo veía pasar largos ratos arrodillado ante la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio por la mañana y al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante la imagen de Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado. Cuando salía del templo después de haber estado rezando a la Reina Celestial, sus ojos le brillaban con un fulgor especial.
Luis no se contentaba con rezar. Su caridad era muy práctica. Un día al ver que uno de sus compañeros asistía a clase con unos harapos muy humillantes, hizo una colecta entre sus compañeros para conseguirle un vestido y se fue donde el sastre y le dijo: "Mire, señor: los alumnos hemos reunido un dinero para comprarle un vestido de paño a nuestro compañero, pero no nos alcanza para el costo total. ¿Quiere usted completar lo que falta?". El sastre aceptó y le hizo un hermoso traje al joven pobre.
El papá de Luis María era sumamente colérico, un hombre muy violento. Los psicólogos dicen que si Montfort no hubiera sido tan extraordinariamente devoto de la Virgen María, habría sido un hombre colérico, déspota y arrogante porque era el temperamento que había heredado de su propio padre. Pero nada suaviza tanto la aspereza masculina como la bondad y la amabilidad de una mujer santa. Y esto fue lo que salvó el temperamento de Luis. Cuando su padre estallaba en arrebatos de mal humor, el joven se refugiaba en sitios solitarios y allí rezaba a la Virgen amable, a la Madre del Señor. Y esto lo hará durante toda su vida. En sus 43 años de vida, cuando sea incomprendido, perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de hijo.
Con grandes sacrificios logró conseguir con qué ir a estudiar al más famoso seminario de Francia, el seminario de San Suplicio en París. Allí sobresalió como un seminarista totalmente mariano. Sentía enorme gozo en mantener siempre adornado de flores el altar de la Santísima Virgen.
Luis Grignion de Montfort será un gran peregrino durante su vida de sacerdote. Pero cuando él era seminarista concedían un viaje especial a un Santuario de la Virgen a los que sobresalieran en piedad y estudio. Y Luis se ganó ese premio. Se fue en peregrinación al Santuario de la Virgen en Chartres. Y al llegar allí permaneció ocho horas seguidas rezando de rodillas, sin moverse. ¿Cómo podía pasar tanto tiempo rezando así de inmóvil? Es que él no iba como algunos de nosotros a rezar como un mendigo que pide que se le atienda rapidito para poder alejarse. El iba a charlas con sus dos grandes amigos, Jesús y María. Y con ellos las horas parecen minutos.
Su primera Misa quiso celebrarla en un altar de la Virgen, y durante muchos años la Catedral de Nuestra Señora de París fue su templo preferido y su refugio.
Montfort dedicó todas sus grandes cualidades de predicador y de conductor de multitudes a predicar misiones para convertir pecadores. Grandes multitudes lo seguían de un pueblo a otro, después de cada misión, rezando y cantando. Se daba cuenta de que el canto echa fuera muchos malos humores y enciende el fervor. Decía que una misión sin canto era como un cuerpo sin alma. El mismo componía la letra de muchas canciones a Nuestro Señor y a la Virgen María y hacía cantar a las multitudes. Llegaba a los sitios más impensados y preguntaba a las gentes: "¿Aman a Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al buen Dios? ¿Y porqué ofenderlo si es tan santo?".
(Tomado del sitio web de EWTN)
También te recomendamos los siguientes...